jueves, 26 de febrero de 2009

Julián Marías - EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA

EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA
Por el Prof. Julián Marías


¿Por qué el hombre se pone a filosofar? Contadas veces se ha planteado esta cuestión de un modo suficiente. Aristóteles la ha tocado de tal manera, que ha influido decisivamente en todo el proceso ulterior de la Filosofía. El comienzo de su Metafísica es una respuesta a ésa pregunta: Todos los hombres tienden por naturaleza a saber. La razón del deseo de conocer del hombre es, para Aristóteles, nada menos que su naturaleza. Y la naturaleza es la substancia de una cosa, aquello en que realmente consiste; por tanto, el hombre aparece definido por el saber; es su esencia misma la que mueve al hombre a conocer. Y aquí volvemos a encontrar una más clara implicación entre saber y vida, cuyo sentido se irá haciendo más diáfano y transparente. Pero Aristóteles dice algo más. Un poco más adelante escribe: “Por el asombro comenzaron los hombres, ahora y en un principio, a filosofar, asombrándose primero de las cosas extrañas que tenían más a mano, y luego, al avanzar así poco a poco, haciéndose cuestión de las cosas más graves, tales como los movimientos de la Luna, del Sol y de los astros, y la generación del todo”.

Tenemos, pues, como raíz más concreta del filosofar, una actitud humana, que es el asombro. El hombre..., la mayoría de los hombres se extrañan de las cosas cercanas, y luego, de la totalidad de cuanto hay. En lugar de moverse entre las cosas, usar de ellas, gozarlas o tenerlas, se ponen fuera, extrañados de ellas, y se preguntan con asombro por esas cosas próximas y de todos los días, que ahora, por primera vez, aparecen frente a ellos, y por tanto, solas, aisladas de sí mismas por la pregunta: “Qué es esto?”. En este momento comienza la Filosofía.

Es una actitud humana completamente nueva, que se ha llamado teorética, por oposición a la actitud mítica..., según afirma Zubiri. El nuevo método humano surge en Grecia un día, por primera vez en la historia, y desde entonces hay algo más radicalmente nuevo en el mundo, que hace posible la Filosofía. Para el hombre mítico, las cosas son poderes propicios o dañinos, con los que vive, y a los que utiliza o rehuye. Es la actitud anterior a Grecia, y la que siguen compartiendo los pueblos donde no penetra el genial hallazgo helénico. La conciencia teorética, en cambio, ve cosas en lo que antes eran poderes. Es el gran descubrimiento de las cosas, tan profundo, que hoy nos cuesta trabajo ver que efectivamente es un descubrimiento pensar que pudiera ser de otro modo. Para ello tenemos que echar mano de modos que guardan sólo una remota analogía con la actitud mítica, pero que difieren de la nuestra... Por ejemplo, la conciencia infantil, la actitud del niño que se encuentra en un mundo lleno de poderes o personajes benignos u hostiles, pero no de cosas en sentido riguroso.

En una actitud teorética, el hombre, en lugar de estar entre las cosas, está frente a ellas, aparece como extrañado de ellas, y entonces las cosas adquieren por sí solas una significación que antes no tenían. Se muestran como algo que existe por sí mismo, aparte del hombre, y que tiene una consistencia determinada: unas propiedades, algo suyo y que les es propio. Surgen entonces las cosas como realidades que son, que tienen un contenido especial. Y únicamente en este sentido se puede hablar de verdad o falsedad. El hombre mítico se mueve fuera de éste ámbito. Sólo como algo que es, pueden ser las cosas verdaderas o falsas. La forma más antigua de este despertar a las cosas en su verdad es el asombro. Y por esto es la raíz de la Filosofía.

Todo sistema filosófico tiene pretensión de verdad. Por otra parte, es evidente el antagonismo entre ellos, que están muy lejos de la coincidencia; pero ese antagonismo no quiere decir, ni mucho menos, incompatibilidad total.

Ningún sistema puede pretender una validez absoluta y exclusiva, porque ninguno agota la realidad: en la medida en que cada uno de ellos se afirma como único, es falso.

Cada sistema filosófico aprehende una porción de la realidad, justamente la que es accesible desde el punto de vista o perspectiva. La verdad de un sistema no implica la falsedad de las demás, sino en los puntos en que formalmente se contradigan; y la contradicción sólo surge cuando el filósofo afirma más de lo que realmente ve; es decir, las visiones son todas verdaderas –se entiende que parcialmente verdaderas–, y en principio no se excluyen.


Pero además, el punto de vista de cada filósofo está condicionado por su situación histórica, y por eso cada sistema, si ha de ser fiel a su perspectiva, tiene que incluir todos los anteriores como ingredientes de su propia situación. Por esto, las diversas filosofías verdaderas no son intercambiables, sino que se encuentran determinadas rigurosamente por su inserción en la historia humana.

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