miércoles, 27 de enero de 2010

Acerca de la «ESENCIA Y EXISTENCIA»

A propósito del EXISTENCIALISMO ES UN HUMANISMO

de J.-P. Sartre


En la metafísica clásica nos encontramos con [1] quienes afirman la “unidad de principios ontológicos” en el “ente real existente” y, junto con esto, la coexistencia simultánea, desde la generación hasta la corrupción del ente, de la esencia y la existencia; y, por otro lado, [2] con quienes consideran a esta misma esencia poseyendo solo una potencialidad absoluta, que se actualiza sólo en el ente real existente, manteniendo su actualidad sólo en la definición conceptual. Pero existe una tercera consideración metafísica, no clásica, seguida por algunos autores. [3] Éstos pretenden entificar a la esencia, declarándola “preexistiendo en acto” y precediendo a la mismísima existencia. Éstos últimos, afectados por la teoría de las “entidades ideales” (las ideas ejemplares de origen platónico), sostienen la existencia de entes sin materialidad, sin lo que se denomina “existencia real”. Detrás de quienes tal doctrina sostienen, subyace la creencia creacionista judeo-cristiana según la cuál preexisten en la mente del Dios creador las “ideas ejemplares” de lo que luego plasmará en la historia. En algunos filósofos y algunas metafísicas, esta fue la conclusión: la esencia es una suerte de ente sin existencia, pero que existe, auténtica y virtualmente, en la Mente Divina, y que luego, por su voluntad creadora, adquiere existencia real. Con esto, asistimos a una inversión de los principios metafísicos clásicos: la esencia precede a la existencia, y ésta está determinada por aquella, puesto que Dios ya le ha impuesto sus determinaciones.


El existencialismo moderno concibe, a partir de aquello en lo que devino la existencia, el proyecto de aniquilar a cualquier metafísica perteneciente a ésta tercera forma. Declara a la segunda forma originadora de la tercera, por admitir acto en lo que sólo es una entidad potencial. E intenta ir más allá de la tradicional consideración primera, en la que coexistían, desde siempre, existencia y esencia, en el único ser material existente o ente. Y así llegamos a la declaración existencialista de que “la existencia precede a la esencia”, y de que ésta no es nada. En efecto, el determinismo metafísico al que se había abordado requería un poner de nuevo en consideración no sólo el dinamismo del ser sino también, en lo que refería a la naturaleza humana misma, la libertad humana, a fin de hacer de nuevo al hombre protagonista de su propia existencia. En efecto, en un Universo preexistente en la Mente de Dios (o un Cielo inteligible) no hay lugar para la espontaneidad, ni para la libertad y la contingencia humana. Por eso, el existencialismo consideró que era necesario demoler de modo definitivo este determinismo, para lo cuál comenzó adhiriendo a la moderna declaración de la muerte de Dios: el creador de las esencias.


Para los existencialistas, de la afirmación de las esencias los metafísicos pasaron de modo ilegítimo a afirmar la existencia de una naturaleza fija y determinada del hombre, y de valores absolutos por los que ésta debía regirse, quedando así la naturaleza del hombre bajo el dominio del paradigma divino que todos los existentes concretos debían realizar, pues, según se creía, para ello habían sido hechos: para reproducir paradigmas o, dicho en lenguaje metafísico, para desplegar en la existencia la virtualidad de la esencia o naturaleza, otro concepto originariamente dinámico que la metafísica degeneró y cosificó, como hizo, por otra parte, con todas las realidades.-